sábado, 31 de mayo de 2014

Cansado



Magritte

Se sentía cansado de la adulación roñosa de los que le rodeaban, de la repetición interminable de las mismas frases, los mismos gestos, la misma sonrisa pretendidamente humilde que escondía un rictus abúlico y burlón.

Se sentía cansado de tener que esconder las canas de las sienes para fingir una juventud que tiempo atrás lo había abandonado, y de ensayar ante el espejo, a solas, a menudo acompañado de una copa de vino hurtada a la mirada inquisitiva de la esposa, el saludo perfecto, la inclinación adecuada con que alabar a quienes le alababan.

Se sentía cansado de vivir la misma farsa día a día, envuelto en su indolencia de hombre afortunado, de creador feraz y diligente, de ciudadano universal que atraviesa las fronteras de los países y de los universos como quien traspasa una puerta, cuando en verdad cada viaje era un paso hacia el vacío que le dejaba agotado e indefenso.

Y sobre todo se sentía cansado de aquel invierno largo y pendenciero que iba calándole en los huesos con la humedad mortificante que el viento arrastra por las calles añorantes del antiguo esplendor ahora empobrecido.

Titiló la luz del camerino y salió por el pasillo angosto a tomar de nuevo su puesto ante la escena. Escuchó los aplausos encendidos y el silencio expectante, pero el calambre  que siempre le empujaba hacia la luz esta vez no se produjo y salió ante la gente con el estómago vacío, la mirada plana y una dicción que era un enumeración más que un fraseo.

El público permaneció petrificado y refractario. Una corriente fría arrasaba el patio de butacas y llegó hasta él robándole la voz. Se dio la vuelta y salió del teatro dejando a su espalda un rumor de mar embravecido que sólo fue cediendo con la distancia y el viento helado de la avenida desierta y empapada por la noche y por la lluvia.

Paloma Ulloa

Lecturas: "La lluvia amarilla", Julio Llamazares



Como en alguna ocasión ha dicho Julio Llamazares sobre su propia literatura, "La lluvia amarilla" no es un libro para entretener, no es un producto de consumo: es el agua fina que cala y nutre la mente, es el "tempo" íntimo y mesurado que conmueve, es un pedazo de alma que busca con los dedos en el alma del lector, lo acaricia, lo estimula y lo enriquece y le obliga a reflexionar y a sentir, a ponerse en contacto consigo mismo, a no seguir huyendo.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Are you a rotot?


¿Te has fijado en lo hermoso que es ver las hojas de los árboles cuando las atraviesa un rayo de luz?
¿Has memorizado el aroma del café en un día concreto, mientras aún te estirabas entre los hilos del sueño?
¿Has hablado con un amigo sobre la vida y la muerte y las estrellas, hasta el amanecer, sin acordarte de tu teléfono móvil?
¿Has saboreado tu plato favorito, como si fuese la primera vez, para no perderte ningún detalle de su textura, de su aroma y de su temperatura?
¿Has temblado ante las últimas páginas de un libro que te ha conmovido sintiendo de antemano la añoranza de sus personajes?
Si a todas estas preguntas tu respuesta es no, tal vez es que no estés vivo. Are you a robot?

Paloma Ulloa

martes, 27 de mayo de 2014

Cuando todo era hermoso




Arvikis

Vuelvo una y otra vez a ese autobús, a esa mañana de mayo en la que el sol jugaba a esconderse pudorosamente entre las nubes después de haber atravesado con sus rayos las verdes hojas membranosas de los árboles. Recuerdo perfectamente que en ese instante fui consciente de que estaba siendo feliz. Era el dueño absoluto de mi tiempo y la vida se extendía ante mí como una página en blanco. Había terminado exitosamente mis estudios, recibía ofertas de trabajo, ningún problema ensombrecía mi horizonte y, sin embargo, poco después de llegar a mi parada la vida me estalló en la cara y me arrastró con ella hacia un infierno que nunca había imaginado.

Desde entonces vuelvo una y otra vez a aquel autobús que atravesó la avenida veinte años atrás, cuando todo era hermoso, cuando fui capaz de capturar, casi sin esfuerzo, uno de esos momentos de felicidad que a veces nos regala la vida y que suelen pasar inadvertidos para nuestra consciencia, e intento corregir las pequeñas desviaciones, los errores de la memoria y del destino. Hilvano nuevos presentes desde ese pasado, rehago caminos, tomo decisiones, construyo familias, cambio de trabajo, compro una vivienda nueva y después me corrijo a mí mimo y decido alquilar un rincón rumoroso del barrio viejo desde el que puedo sentir el grosor de la historia y el olor de la madera bajo mis pies.

Hoy también es 27 de mayo, el sol esquivo juega a acariciar los árboles del jardín que rodea la residencia. Los visitantes caminan con prisa, inconscientes de su poder, de su libertad, de su independencia, mientras yo los observo desde esta ventana ante la que me sientan, cada mañana, para que entretenga mi inmovilidad y mi silencio, mientras se mueven a mi espalda, limpiando mi cuarto y ordenando mi cama, en la que pasaré el resto del día, sin moverme, sin hablar, sin poder comunicarme.

Hoy construiré una familia nueva, sentiré el pálpito de la vida bajo la piel tensa del vientre de mi esposa y después tomaré en mis brazos a esa criatura recién nacida y le daré un nombre y sentiré la angustia de ser padre y el orgullo de ser padre y la extrañeza de ser abuelo. Y después volveré a meditar, como siempre, en lo estúpidos que podemos llegar a ser los hombres. Si tan sólo hubiera comprendido que vivimos encerrados en el interior de estos cuerpos frágiles e imperfectos, si me hubiera detenido un segundo más sobre la acera, si hubiera reflexionado un instante, jamás habría cruzado la calzada sin mirar para no llegar tarde a aquella cita.

Paloma Ulloa

domingo, 25 de mayo de 2014

La victoria del miedo



Sarolta Ban

Llámenme ignorante, pero tengo la impresión de que la victoria de la extrema derecha en Europa es la victoria del miedo. El miedo a perder el trabajo, el miedo a las políticas que impone Bruselas, el miedo a no poder alimentar a los hijos, el miedo a lo desconocido y el miedo, en definitiva, a la expansión de esa sombra grande, mórbida y desconcertante que es “el mercado” y que ha dado muestras de una voracidad inconmensurable.

Después de estos resultados, a muchos nos viene a la memoria el eco del hambre que llevó a la Alemania de entreguerras a la locura del nazismo y al exterminio de los diferentes. Y si los políticos que nos representan, miran hacia otro lado, estoy convencida de que el sueño de Europa desaparecerá entre el humo, ya veremos si del desplome de las ruinas o de los bombardeos.

viernes, 23 de mayo de 2014

Crónica de la indecisión




Se termina la campaña electoral europea y aún no me he decidido. La mayoría de mis amigos y conocidos apenas hablan sobre ella y cuando lo hacen, se encogen de hombros y hacen un gesto entre la indiferencia y el asco que no sé muy bien cómo interpretar.

Me siento confusa como cuando tengo que elegir entre varias cosas que no me gustan para no dejar mal a algún invitado. Entonces intento decantarme por el mal menor, pero, ante las elecciones europeas, entre todas las nuevas formaciones, la plúmbea esgrima PSOE y PP, las meteduras de pata de los candidatos parcheadas con silencios y tibias solicitudes de disculpas, entre los canales de derechas y los de izquierdas, los periódicos progresistas y los conservadores, la rabieta sexista de Arias Cañete y las declaraciones ramplonas de Valenciano, aún no he logrado comprender qué votamos ni para qué y, sobre todo, cuál es la propuesta real de cada uno de los candidatos del “misterioso” voto útil.

Nos han hecho saber que unos se postulan contra el machismo mientras otros se declaraban libres de él, que si ganan “los de antes” caerán sobre España las siete plagas de oriente y que si ganan “los de ahora” veremos llegar el Apocalipsis; que uno no ha terminado su carrera universitaria y al otro se le cuestionan ciertas relaciones empresariales en los límites de lo ético; que el reventón de la burbuja inmobiliaria que ha agravado la crisis de nuestro país, así como la dudosa política de los bancos en la época de bonanza es responsabilidad de ambos, por las políticas especulativas puestas en funcionamiento por unos, y el aprovechamiento incoherente de las mismas que los otros hicieron, mirando hacia otro lado cuando fue necesario; y que ambas formaciones hablan de la política estatal como si las políticas fallidas y corruptas de las comunidades autónomas que unos y otros gobiernan no tuvieran nada que ver con ellos.

Pero nadie nos informa seriamente sobre lo que nos jugamos en estas elecciones, sobre si, realmente, existe un futuro para esta Europa que es una unidad de mercado sin una estructura política y legislativa común, ni sobre para qué, exactamente, estamos votando.

Mañana podremos reflexionar, lejos del ruido mediático de los discursos y de los telediarios. Lástima que precisamente mañana se celebre la emocionante final de la Copa de Europa entre el Real Madrid y el Atlético de Madrid que, seguramente nos mantendrá ocupados hasta altas horas de la madrugada y en eso, estoy segura, habrá muy baja abstención. ¿Será que el deporte y los grandes clubes millonarios hacen llegar su mensaje con más facilidad y menos esfuerzo que los partidos? Tal vez los políticos deberían saltar a la arena mediática en pantalón corto y sudar, como lo hacen los jugadores, para que alguien los tome en serio.

miércoles, 21 de mayo de 2014

Iberyanair o cómo una compañía solvente se está transformando en una línea de bajo coste




Viajar, hoy por hoy, se ha convertido en un deporte de riesgo, una de esas actividades que uno debería de pensarse un par de veces antes de acometer con todas sus consecuencias, pero si, además, ese viaje o ese desplazamiento aéreo (para ser exacto), tiene usted previsto hacerlo con Iberia, es posible que la larga sombra de la nostalgia le alcance al darse cuenta de cómo ha ido cambiando la compañía en los últimos tiempos.

Yo, que hace ya algún tiempo superé la barrera de los cuarenta y oteo los cincuenta con una cierta perspectiva, recuerdo aquellos vuelos de los años ochenta y noventa en los que, a pesar de utilizar las tarifas más asequibles para turistas, me sentía atendida y confortable en mi asiento de tejido azul con breves trazos amarillos; cuando facturar una maleta no suponía la imposición de un sobre-costo, ni mi familia sufría una diáspora en el avión, con la asignación de asientos separados y aleatorios (sin distinción entre niños o adultos) con el fin de cobrarte un suplemento por la lujosa operación “selección de plaza”; cuando aún te deleitaban con el controvertido zumo de naranja de botella (que tantas críticas injustas recibió en su día) y con un tentempié caliente que, a pesar de lo que entonces muchos pudiesen comentar, servía tanto para “matar el gusanillo” dignamente como para entretener parte del tiempo que duraba la travesía.

Llámenme romántica, pero hace algún tiempo que comencé a añorar todos esos pequeños detalles que hacían de Iberia una compañía solvente que podía mirarse cara a cara con otras empresas de aviación civil europeas y que, a pesar de la crítica cáustica de “lo nuestro” de la que los españoles siempre hemos hecho uso, nos hacía sentirnos parte del primer mundo.

En cambio ahora, no sé si como consecuencia de la globalización (como algunos pretenden) o de la fusión con British Airwais, todos los pasajeros llevan consigo sus equipajes de mano y casi nadie factura para evitar (como me ocurrió a mí en mi último viaje) pagar 30 euros por cada maleta, lo que provoca que para embarcar se organicen largas y caóticas hileras humanas, impelidas por la necesidad de acceder a su asiento antes que los demás para poder tener sus pertenencias a mano y controladas en todo momento (como dicen desde la megafonía del aeropuerto), no sea que alguien decida robarles los pantalones talla XL, los calzoncillos sucios o la esmerada selección de prendas primavera-verano que se han comprado ex profeso para la ocasión.

Es entonces cuando comienzan a sucederse, en el interior del aparato, escenas similares a las que antes se producían en los vagones de tercera clase de los trenes de principios del siglo XX, aunque, en vez de gallinas y bolsos amarrados con cuerdas, los pasajeros acarrean pequeñas maletas, ordenadores portátiles, chaquetas, abrigos y sombreros con los que empujan al pasajero de al lado mientras se les cae un libro al forzar la portezuela del compartimento que no se abre; la señora de la fila 14 (que en realidad es la trece pero han omitido el número para evitar el mal fario) pierde la dentadura postiza por un empujón inesperado de un turista furibundo que lucha por encajar como sea su equipaje de mano en el minúsculo espacio que hay frente a su asiento, y la azafata se pasa la mano por la frente tras evitar un gancho de derecha de la dama de la fila 16, que no ha logrado frenar en el aire la caída de su  gabardina y la ha dejado sepultada bajo su bonito forro estampado con efes invertidas.

Pero, tras conseguir las azafatas (despeinadas y sudorosas) que los inquietos viajeros permanezcan sentados en sus asientos, con los teléfonos móviles (al menos aparentemente)  desconectados y los respaldos en posición vertical, (lo que nos concede unos minutos de calma durante el despegue), llega el momento en el que el avión alcanza la altitud y estabilidad necesarias y entonces, los pasajeros, impelidos por una fuerza invisible, se desabrochan los cinturones y se precipitan hacia los lavabos formando largas colas para dar rienda suelta a sus necesidades contenidas. Saciada esta primera urgencia y, mientras en el compartimento de cola las auxiliares de vuelo organizan los carritos de las viandas, ocurre algo inaudito hasta hace poco tiempo, se inicia lo que yo denomino, la apertura oficial de la tartera (o el papel de plata o la sandwichera), que expele un tufo a chorizo, mortadela, panceta o ensalada que se expande por toda su zona de influencia apestando al resto del pasaje.

Inmediatamente, me vienen a la memoria esas imágenes de los autobuses, los trenes, los cines de barrio y las meriendas del campo de otro tiempo y me pregunto por qué la gente prefiere llevarse su comida a comprar un tentempié a la sufrida azafata que soñaba con ser una dama de sonrisa elegante como las de los anuncios de la Iberia de los años cincuenta y se ha tenido que conformar con ser una atareada camarera que "habla idiomas". Sin embargo, cuando después de observar el “menú de a bordo”, sugerente, moderno, atractivo, una se decide por el suculento bocadillo de jamón serrano, ligeramente aromatizado con aceite de oliva y, temblando de inanición, muerde esa especie de “bimbollo” dulzón y sin gracia (aquí también se me nota la edad, lo sé) y, desconcertada, separa las partes del pan en busca del “relleno” y descubre que para poder encontrar las jugosas lonchas que tan orgullosamente sobresalen en el modelo de la fotografía, tiene que conseguir un equipo científico forense que verifique el ADN de esos escasos restos cárnicos que  manchan el pan amarillento aquí y allá, comprendo a esos viajeros precavidos y campechanos que, a riesgo de atufarnos a todos, se llevan la tartera para evitar la úlcera de estómago que, “las bondades del producto” o la “irritación”, les provocarían en caso de adquirirlo.

Si tras el agotador "almuerzo", se pone usted de pie para ir al lavabo, podrá comprobar sobrecogido que, a pesar de que la talla media del ciudadano español ha aumentado considerablemente en los últimos años (gracias a la mejor alimentación, a un sistema público de salud envidiable,  y a la -hasta hace relativamente poco tiempo- mejora de la economía) el pasillo ha sido invadido por las piernas de los pasajeros que superan el metro setenta y cinco y que no saben cómo colocarse para no quedar atrapados para siempre entre los asientos, ni masacrar a patadas al pasajero de delante, ni sufrir un colapso de la circulación sanguínea.

Pero como ningún viaje de aventura puede carecer de sus sobresaltos, si es usted uno de esos viajeros afortunados que para llegar a su destino tiene que hacer escala en un aeropuerto que está (delineando una uve sobre el mapa) a la misma distancia que su ciudad de origen pero en la dirección meridianamente opuesta (luego no diga que su línea aérea no le facilita las cosas para que conozca mundo), es muy probable (por no decir inevitable) que su maleta sufra algún extravío y se quede rezagada en la escala o viaje a Singapur, pasando por Camberra para volver a llegar a Bruselas antes de descansar  (abollada, sucia y con una rueda menos) en su vivienda de, por ejemplo, Madrid, después de que se la hayan entregado a una señora desconocida en un hotel de las afueras de la ciudad desde donde, muy amablemente, le llaman para avisarle de que la compañía aérea se ha equivocado de destino y que gracias a que usted ha identificado su propiedad con dirección postal y número de teléfono, han considerado humano sosegar su zozobra avisándole del equívoco por si quiere acercarse a recogerla antes de que vuelva a entrar en el laberíntico mundo aéreo, en cuyo caso es muy probable que la metan de nuevo en un avión rumbo a Buenos Aires para que de tres vueltas al mundo antes de llegar a sus manos.

En fin, que la compañía que un día fue estatal y que pasó a convertirse en una línea privada de la que los españoles, un tanto ingenuamente, nos enorgullecíamos (eso sí, sotto voce), se está transformando en un trasunto de Rayanair que exporta la sufrida "Marca España" (no olvidemos que en su logotipo siguen ondeando los colores de nuestra bandera) y ejecuta políticas hace poco inimaginables, a costa de sus usuarios y de sus temerosos empleados que ven cómo el servicio, los sueldos y las líneas más importantes, van pasando directa o indirectamente a otras manos a costa de su sacrificio, de su salario y hasta sus aspiraciones profesionales.

domingo, 11 de mayo de 2014

Primera reseña en el periódico El País de Uruguay


Primera reseña sobre la novela "Las novias de Travolta" en el periódico uruguayo El País.

Felicidades mamás



Gustav Klimt

Ser madre es algo maravillosos, algo que te cambia la vida para siempre y que te descubre matices de ti misma que jamás creíste poseer.

Y es que la maternidad viene con un equipo completo de supervivencia que, en cuanto se activa, desarrolla en tu interior un instinto ancestral que te mantiene alerta en torno al recién nacido y te permite identificar sus más mínimos gestos traduciendo inmediatamente al lenguaje materno sus necesidades y, de esa forma, logras alcanzar la velocidad de la luz mientras cambias pañales pestilentes con una sonrisa tranquilizadora a la vez que cantas una nana, preparas un biberón y proteges su culito con una crema pastosa y pegajosa que parece sacada de una película de terror.

Pero la equipación para la mamá moderna, también lleva incluido un traductor  2.0 que permite distinguir de forma inmediata entre los 745 tipos distintos de llanto que emite tu bebé dependiendo de si tiene dolor, hambre, calor o gases. Y un despertador biológico que te levanta de la cama exactamente treinta segundos antes de que tu hijo se despierte llorando de hambre a las tres de la madrugada. Así como un “mamá automático” que se pone en marcha a toda velocidad para ofrecer al pequeño el seno o un biberón, mientras tú das cabezadas, sentada en cualquier parte de la casa: el piso, el sofá, la cama, o una silla de la cocina, que a esas alturas, lo mismo te da.

Por si todo lo anterior fuese poco, en esos momentos delicados en los que la responsabilidad de haber traído a un hijo a este mundo y en el que las hormonas bailan la Samba en tu torrente sanguíneo haciéndote sentir a veces la mujer más feliz del mundo y otras la más desdichada, se pone en marcha la función “futbol” con la que regatearás con soltura las invectivas de tu madre y de tu suegra, y la comparación genética de la especie en relación con los rasgos innegables que enlazan a tu hijo con tu marido, con tu padre,  con la abuela Cornelia, con el bisabuelo Frígido que era muy guapo pero que murió de una pulmonía allá por el invierno de 1960, y hasta con el repartidor de pizzas que de tu barrio.

Pero a pesar de la alta tecnología del equipo de supervivencia de madres, habrá algunos días en los que a pesar de haber logrado descansar seis horas seguidas (porque tu esposo se ha apiadado de ti y le ha dado el biberón nocturno al cachorrillo), cuando te mires al espejo seguirás viendo a una mujer con el pelo enmarañado, las ojeras moradas y salientes, la boca descompuesta y pastosa, como si acabase de volver de una noche loca y no tuviese muy claro si se encuentra en la tierra o en un planeta muy, muy lejano. Y es entonces cuando recuerdas lo que te dicen tus amigas, tus hermanas, tu madre y hasta tu suegra: Hija, luego todo eso se olvida y te quedas con lo bonito de ser madre”. Pero tú piensas “¿Es que no me lo podían haber dicho antes? No, claro, se les olvidó.”

Pero tú eres una madre, y las madres son capaces de salir victoriosas de cualquier combate y con el paso de los meses y los años, y gracias al equipo de supervivencia maternal, comprenderás que has sufrido una mutación completa de tu genética originaria y que ahora eres un médico eficiente que decide sobre la marcha qué antitérmico debes suministrar a tu hijo y a tu marido (que a veces se comporta como un hijo más); llevas y traes a la prole a la guardería o a la escuela, con la desenvoltura de un taxista; organizas la compra semanal, las tareas domésticas, las coladas, las comidas y las fiestas de cumpleaños de tus hijos, como el mejor estratega; escuchas los problemas de todos los que te rodean intentando ayudarles en lo posible, igual que haría un psicólogo; ayudas a los niños a hacer los deberes, como una experimentada pedagoga; preparas la comida durante los fines de semana para que todos puedan tomar alimentos sanos y nutritivos, como el mejor chef de un restaurante de moda; atiendes a tu esposo en sus preocupaciones y en la cama, como lo haría una amante veneciana; y trabajas en la oficina más horas que ningún otro empleado, porque tienes que mantener tu puesto de trabajo como sea.

Y, sin embargo, cada vez que miras a tu hijo, que le bañas y te devuelve una gran sonrisa desdentada, que te tiende las manitas para acariciarte mientras le das de mamar, o que te dice por primera vez “te quiero”. Cada vez que hace una examen brillante en la escuela, o que te escribe una espantosa poesía para el día de la madre. Cada vez que habla como una persona sensata o que comienza a trabajar en su primer empleo, descubres que no hay nada comparable en este mundo y que, a pesar de esa mutación genética a la que has sido sometida en virtud de tu maternidad, esa felicidad privada e íntima, ese orgullo que te sobrecoge y te desborda, no lo cambiarías por nada de este mundo.

Felicidades mamás

Paloma Ulloa