sábado, 26 de noviembre de 2016

La insoportable corrosión de las palabras



Durante meses hemos sido sometidos a esa insoportable exposición partidista de las palabras (cada una de ellas con su carga negativa y manipuladora), hasta desgastarlas y vaciarlas de cualquier contenido.

Todos, políticos, grupos mediáticos y ciudadanos, nos hemos mecido entre discursos en los que se aireaban ideas atroces que tenía el poder de acusar al contrincante de ser “populista”, “fascista” y hasta “nazi”, sin que fuésemos plenamente conscientes del juego nocivo en el que estábamos sumidos. No importaba realmente el efecto sobre los oyentes, lectores o telespectadores, lo único importante era arrastrar a la mayor cantidad posible de personas hacia una u otra posición. Los que no opinaban como nosotros era “populistas”, los medios de comunicación que se postulaban  descaradamente por una u otra opción usaban ese maniqueísmo ramplón sin analizar las consecuencias de sus actos: el desgarro social, el enfrentamiento ideológico, o más que ideológico, visceral, que tal bombardeo provoca en las personas, a sabiendas de que la política contemporánea raramente permite que se adopten decisiones extremas.

Nada importa, una vez conseguido el objetivo ya habrá tiempo de desdecirse, de matizar, de buscar la negociación, de curar las heridas. Pero no siempre se puede calmar el escozor violento que se despierta en la gente desesperada, en la gente que cree tener “razón”, en los que elevan sus banderas porque es lo único que les queda o porque defienden el castillo de sus intereses.

Si nos hubiésemos podido ver desde el pasado a través de un telescopio temporal, seguramente nos habríamos horrorizado del simplismo al que ha llegado la política mundial, la inmadurez, la falta de miras, la zafiedad de los discursos, la brutalidad propagandística y hasta la impunidad con la que se defiende esto y lo contrario unos días más tarde. La ética y la moral, en el sentido más puro de estas palabras, no valen nada. Si hay que desenterrar a las víctimas o hay que elevar a los púlpitos a falsos mártires, se hace sin pudor, sin sonrojo, con la connivencia y el beneplácito de los aplausos propios, porque las críticas ajenas no llegan a atravesar la cruda barrera fangosa de los adeptos. Se acallan con gritos y soflamas las voces conciliadoras, los discursos lúcidos y moderados, y se expone a la población a una polarización insana que traerá, inevitablemente, consecuencias inesperadas, porque despierta sentimientos que están mucho más allá de la lógica o la razón.


Es desmoralizador ver que nosotros, herederos de los horrores de los que fue testigo el siglo XX, de los que tanto se ha hablado y tanto se han analizado, comenzamos a sentir a nuestro alrededor un tufo insano de nostalgia que poco o nada tiene que ver con la realidad que nos concierne. Si no despertamos pronto de este sueño enfermizo, es muy posible que vuelva a desencadenarse la pesadilla.

No hay comentarios: